En reiteradas ocasiones hemos insistido en el valor de las palabras y en cómo son éstas las únicas capaces de conseguir nuestra precisa comunicación y hacer que cada una de nuestras ideas o sensaciones tome forma y se convierta en vahículo eficaz para trasladar para trasmitir mensajes de una persona aotra, cosa que, con el conocimiento que tenemos, sería imposible sin las palabras. Pero el proceso de comunicación humana no está asociado a las palabras, si bien es verdad que las incluye, las usa y puede que hasta las considere el medio comunmente conocido o más considerado.

Cuando los pequeños se abren al mundo y a los seres que viven con ellos, lo hacen fundamentalmente a través de los sentidfos más intensos. El gusto, el tacto o el olfato. Estos tres sentidos son como los guías o los iniciadores de la comunicación humana. Ellos son los que permiten la identificación de pertenencia o parentesco, la confianza indispensable para asumir la vida y sus elementos esenciales: frío, calor, sueño, ira,…A través de estos sentidos, las personas podríamos desarrollarnos suficientemente y crecer. Pero resulta que la empresa que cada nuevo ser tiene que asumir no es sólo la de su propio crecimiento, que sí que lo es, sino la de formar parte de un mundo en el que tendrá que aprender a vivir con otros seres que ni conoce siquiera.

Nunca prescindirá de estos sentidos básicos que hemos mencionado, De hecho, en sus relaciones más íntimas, de pareja sobre todo, volverán a ser determinantes, pero el mundo en el que tendrá que vivir le ofrece otras posibilidades más superficiales, ero más amplias de relacionarse con otros seres ajenos a su mundo más íntimo, y establecer un conjunto de relaciones suficientes como para valerse y construir sociedades lógicas aunque más distantes en el terreno de lo afectivo.

Se hace necesarios por eso, que los mayores le hablen a los niños pequeños desde el principio, ya que el lenguaje hablado está destinado a ser el vahículo universal de intercambio y trasmisión de ideas entre unas personas y otras. Los niños no nos van a entender nada en absoluto en un principio y su relación se va a desarrollar a partir de los sentidos más primarios, pero el hábito de la conversación, con el paso del tiempo se va a ir concretando en trasmisiones concretas que permitan que los pequeños se puedan relacionar con otras personas a las que no se sientan unidos por el tacto, por el gusto o por el olor, que siempre formarán parte der su universo primero, ese que nunca se olvida y que se constituye en nuestro núcleo inicial.

Seguramente será la simple repetición de las palabras la que terminará por transformar  unos sonidos informes en ideas o conceptos que terminaremos entendiendo y utilizando nosotros mismos cuando necesitemos intercambiar información con desconocidos. A los niños hay que hablarles siempre y además, permitir que ellos mismos vayan creando sus propias palabras a través de la repetición de sonidos, esos que nos hacen tanta gracia normalmente, los que llamamos media lengua, que a la postre no son sino aproximaciones al lenguaje hablado que se configurará más sólidamente, en función de la labor que realicemos los adultos en el sentido de permitir que ellos se desenvuelvan con su propio lenguaje, pero siendo nosotros en todo momento referentes fiables y no juguetes que, para seguir las gracias, mentenemos sus pronunciaciones alargando innecesariamente sus aprendizajes y transmitiéndoles mensajes equívocos sobre el significado de las palabras.

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